II 100

Entras en el refectorio, donde se encuentran tres frailes sentados a la mesa, alargada y con varios taburetes a su alrededor. Al fondo hay un púlpito destinado al hermano encargado de leer las reglas de San Benito.

Fray Tomás, el fraile que te abrió la puerta, se halla sentado junto al magister, como él le llama. Presidiendo la mesa se encuentra un fraile algo más viejo que los otros dos, y de aspecto demacrado. Este te habla:

– Bienvenido a nuestra comunidad. Espero que la cena que vamos a tomar sea de tu agrado. Cuéntanos a qué te dedicas y cuál es el motivo de tu visita mientras llegan nuestros hermanos.

Le hablas un poco de ti al fraile, que debe ser el prior o el padre abad, a juzgar por la deferencia con que le tratan los otros dos. Le dices que te dirigías de regreso a tu hogar, cuando te quedaste sin provisiones, y que entonces, gracias a Dios, encontraste este lugar.

– Sin duda Dios te ha conducido aquí para que pudieras descansar, de alguna u otra manera –dice el fraile, con una sonrisa que no te acaba de gustar–. Tras la cena te sentirás mejor y podrás ayudarnos en nuestra tarea cuando hayas descansado.

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