II 87

Al oír ese nombre, fray Diego te mira fijamente con una expresión de profunda extrañeza.

– No conozco a ningún Antonio –te dice.
– ¿Ah, no? –preguntas con tono irónico–. Es normal. Ha pasado mucho tiempo desde que le asesinasteis. Pero él me ha pedido que os recuerde lo que hicisteis –dices, mientras desenfundas lentamente tu arma. Fray Diego se levanta de la silla y te mira con odio, apretando los dientes.

Te lanzas como un poseso hacia fray Diego, arma en mano. Este reacciona rápidamente, deja caer el libro y vuelca la mesa hacia delante, dándole tiempo a organizarse para la batalla. Alza los puños, ya que no tiene armas con las que defenderse, y te planta cara sin ningún miedo. Resuelve el combate si quieres, pero jamás vencerás ya que no has roto la maldición que pesa sobre los frailes del monasterio; cuando crees haberle dado el golpe de gracia, fray Diego vuelve a levantarse; no importa cuántas veces lo mates, se levanta una y otra vez y sigue luchando. Jamás conseguirás vencerle, ya que no puede morir. Tras unos minutos de lucha incesante, comienzas a sentirte extenuado. Es entonces cuando fray Diego aprovecha la ocasión y te agarra por el cuello, apretando con fuerza hasta estrangularte.