I 52

Muestras el colgante de metal que compraste con las inscripciones que el herrero grabó en él. Uno de los muccadim alarga la mano para inspeccionar el colgante.

– Mira –le dice al otro–, tiene grabados los nombres de los ángeles protectores de los recién nacidos. Eso significa que este hombre fue criado por un judío, o que se ha convertido a la verdadera religión. Pasa –te indica, haciéndose a un lado–, puedes hablar con el rabino.

Pasas al interior de la sinagoga, acompañado de Mateo. El rabino se encuentra de pie tras un atril profusamente decorado con grabados. Es un hombre anciano, con una larga y espesa barba morena que oculta sus labios. Está leyendo las Sagradas Escrituras. A ambos lados del atril hay un candelabro de siete brazos. Se trata del menorah, otro de los símbolos de los judíos. La estancia es lo suficientemente grande como para que se reúna un numeroso grupo de hombres. El rabino Nehemiah alza la vista sin mover la cabeza, y pregunta:

– ¿Qué queréis de mí?
– Estamos buscando a una niña judía que va acompañada de un noble nazarí –respondes–. Tenemos entendido que vos permitisteis la entrada del árabe en la judería.
– Ah, os referís a Awland –dice Nehemiah, dejando su lectura y alzando ahora su rostro–. En efecto, permití su entrada en nuestra comunidad.
– Pero, ¿por qué? –inquiere Mateo. Nehemiah lo mira con ojos severos, desaprobando su impaciencia.
– Awland buscaba al padre de la pequeña Alis. Me dijo que su padre, Yehudá ben-Jacob, era amigo suyo, que había dejado a su hija Alis bajo su protección cuando fue a Garnatha, pues estaba muy enferma y tenía la esperanza de que la medicina árabe la curara. Según me dijo Awland, sus médicos consiguieron sanarla, y aprovechando que debía viajar hacia Sevilla, y sabiendo que su padre se encontraría por aquí, decidió llevar consigo a Alis y darle una sorpresa a Yehudá.

Tú y Mateo os miráis totalmente desconcertados por todo lo que está diciendo el rabino. No entendéis absolutamente nada de lo que está pasando. Pero poco a poco se os van aclarando las ideas: ese Awland ha encontrado a Alis en este pueblo, y ahora la está utilizando para encontrar a otra persona, un judío llamado Yehudá ben-Jacob. Pero, ¿por qué?

– ¿Y conocéis vos a ese Yehudá del que habláis? – inquieres.
– Por supuesto –dice el rabino–. Llegó justo ayer a nuestra comunidad, según nos dijo se dirige al norte, de vuelta a su hogar, y me dijo que piensa quedarse aquí unos días antes de reanudar su marcha.
– ¿Dónde podríamos encontrarle? –pregunta Mateo.
– Un momento –dice Nehemiah, levantándose de su asiento–. ¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Quiénes sois vosotros?
– Rabino –exclamas, intentando calmar a Nehemiah–, creo que habéis sido víctima de un engaño. Esa niña, Alis, es huérfana, y este hombre –dices, señalando a Mateo– cuida de ella. Me temo que ese noble nazarí, Awland, os ha engañado y la está utilizando para encontrar a Yehudá.

Nehemiah descansa sus manos sobre la mesa, pensativo, y permanece en silencio durante unos instantes.

– Es cierto – dice, finalmente –. Pero entonces, ¡Yehudá se encuentra en peligro! ¡Y esa niña también! ¡Dios mío, y le dije a Awland dónde podía encontrar a Yehudá!
– Calmaos, por favor –intentas tranquilizar a Nehemiah–. Si nos decís dónde se aloja Yehudá, tal vez aún podamos evitar que haya muertes.
– Está bien –dice el rabino–. Yehudá se aloja en uno de los mesones de la Plaza Mayor, el de Gonzalo. ¡Daos prisa!

Rápidamente, salís de la sinagoga y os dirigís hacia la entrada de la judería. Cuando llegues a la Plaza Mayor, resta 12 a la sección en la que te encuentres para entrar en el mesón de Gonzalo.

Pasa al 81.